Éxito asegurado tiene ‘Querencia’, nueva producción del creador madrileño que tuvo su preestreno anoche en el Teatro Mira, de Pozuelo. Allí estuvimos y así te lo contamos…
Texto_OMAR KHAN Foto_ROBERTO SASTRE
Madrid, 07 de mayo de 2022
Aunque físicamente no hay nada en el escenario que no sea el espacio, lejos está Querencia de la austeridad y la desnudez. Antonio Najarro, que siempre ha tenido gran sentido del espectáculo, ha encontrado complicidad en un equipo altamente creativo y profesional para crear una aparatosa pero intangible escenografía hecha de luz, sonido y telas elegantes, que vistieron de espectacularidad el escenario del Teatro Mira, de Pozuelo, donde anoche se produjo el preestreno de la primera obra que crea íntegramente para su renovado equipo, ahora reactivado después de su gestión al frente del Ballet Nacional de España. Cierto es que ya había presentado Alento, pero era más bien obra de transición y tanteo, que tuvo estreno como pieza breve en el BNE y alargado con su nueva compañía.
Con un joven, potente y enérgico equipo de 16 bailarines en estado de gracia se suceden en Querencia once variados y contrastados cuadros abstractos, que fluyen con serenidad y, sobre todo elegancia, en perfectas transiciones que ofrecen un paseo emocionado por las distintas formas de la danza española, con especial interés por la danza estilizada, que ha demostrado desde siempre ser, a un tiempo, debilidad y punto fuerte del coreógrafo.
A Najarro, con un estilo que siempre apunta en la misma dirección, le interesa la belleza en términos absolutos y a ello se aboca como nunca en Querencia. Sin ser espectacular como el número final -todo un golpe de efecto tremendamente eficaz para cerrar-, esta inclinación hacia la belleza perfecta se evidencia mejor en otros momentos más sosegados de la propuesta. En este sentido, el sexteto de castañuelas, que es puro ingenio y perfeccionismo, se abre paso como lo mejor de la velada.
No hubiese llegado tan lejos solo. En primer lugar, cuenta con un disciplinado equipo de bailarines compenetrados todos a una, condición indispensable para una pieza que es principalmente coral, aún cuando tiene solistas de vuelo y altura. Carlos Romero, uno de ellos.
La música a la carta de Moisés Sánchez, sin españolismos, obviedades ni estridencias, le crea la atmósfera adecuada y coopera en la perseguida belleza. La luz de Pau Fullana es expresiva, un ente sensible y vivo, decisivo en la impecable factura de la propuesta, al tiempo que los trajes de Yaiza Pinillos, cromáticamente estudiados, tirando siempre hacia grises y negros metálicos de máxima elegancia, con brillos sin estridencias y deslumbrantes puntos de color perfectamente focalizados (esos amarillos, ese rojo), reinventan para nuestro tiempo y sensibilidad los de la danza española de las tradiciones, y hacen más bellos, si cabe, a estos diestros bailarines. Vaticinamos gran éxito y larga vida a esta producción en España y garantía de triunfo en el extranjero.